
07 Jun ¿Y si no viajo solo? Mi experiencia pedaleando en compañía
Cuando se dieron las circunstancias de viajar acompañado en bicicleta, sabía que el reto no iba a ser solo físico. Tres viajeros, tres bicis, tres cabezas pensantes… y una misma ruta. ¿Qué podía salir mal?
Dejar de viajar solo (en bicicleta) es todo un experimento social. Spoiler: aprendes más de ti que de los demás.
💡 Si aún estás dudando entre viajar en solitario o con compañía, te recomiendo leer antes este artículo: ¿Viajar solo o acompañado? Pros, contras y consejos sinceros.
¿Cómo empezó todo?
Acababa de llegar a Murghab. Venía de recorrer la Pamir Highway, cansado, sudado y con polvo hasta en la raja del trasero. Necesitaba un descanso antes de continuar hacia la frontera con China.
En la Guest House Aruf con más amor que lujos, se alojaba también Marc que venía desde Francia en bicicleta. Nos pusimos al día de nuestras historias de viaje y entonces, nada más comenzar a hablar de mi plan de ruta, me soltó una noticia que cambiaría por completo mi ánimo y mi forma de viajar:
«¿Sabes que el martes los chinos cierran la frontera por una semana?»
No me lo podía creer. Mi visa caducaba en cinco días y a los chinos les da por cerrar la frontera por fiesta nacional. Joder. ¿Por qué tengo que cruzar siempre las fronteras a lo James Bond?
En aquel mismo instante, ni un segundo antes ni un segundo después, dejaba de viajar solo. Marc llevaba el mismo plan que yo y ambos no estábamos dispuestos a esperar más tiempo en aquel pueblo, sacado de una película del viejo oeste (sin cantina ni cabaret).
Al día siguiente, en la carretera nos encontramos a Daniele, también por el mismo motivo, y así, en menos de lo que tarda en cocerse un huevo, nos convertimos en un grupo de tres. Tres mosqueteros. Tres jinetes. El bueno, el feo y el malo. Tres lo que tu quieras. Tres.
Hacía mucho que no viajaba acompañado y a pesar de tener que salir pitando hacia el Kulma Pass (4362m) me encontraba a gusto compartiendo camino con estos dos jinetes.
¿Cuánto tiempo durará el grupo? ¿Seremos compatibles? ¿Será esto de viajar acompañado en bicicleta tan bonito como cuentan? Estas eran algunas de las preguntas que flotaban en el aire, demasiado tempranas aún para ser contestadas.
Los miembros del equipo

Marco «Monsieur Cousteau»
Marquitos es francés, de la provincia de Bretaña. Biólogo de profesión y, por ello, un apasionado de la naturaleza, en especial de los ríos y las aves. Al poco tiempo de descubrir su pasión y con la confianza ya creada le bauticé como Marco «Cousteau» en honor al marino francés “Jaques Cousteau”, famoso en los años 90 por sus documentales sobre el océano.
Marquitos usa sus prismáticos con más frecuencia que un socorrista de playa. Era un placer verle parado a un costado de la carretera observando cualquier bicho volante que surcara los cielos, del cual solo él conocía el nombre. Conectaba de tal manera con la naturaleza que interrumpirle dolía.
Su bicicleta era muy sencilla (spoiler: aún sigue con ella). Frenos V-Brake, cuadro de aluminio. Viajaba muy ligero y eso le permitía acceder a sitios remotos imposibles para mi Minerva. Yo diría que era el más fuerte del equipo. Su perdición, los dulces. Se le encienden los ojos en cuanto aparece una “Bakery” local.
Mimaba su bicicleta como quien maneja un ser delicado y frágil. A la mínima que escuchaba un ruidito, no tardaba ni diez segundos en bajarse de la bici y buscar el origen. Era capaz incluso de escuchar el sonido de mi cadena a cinco metros de distancia.
Intentó de mil maneras pronunciar el fonema ERRE (spoiler: aún hoy en día sigue llamándome Gaúl).
Aquí enlace a una entrevista que le hice en Pakistán por si quieres conocer un poco más su historia.

Danielle «Chipollini»
Daniele es medio italiano medio Suizo. De profesión, electricista. Tendríais que ver como se ponía el cuerpo al ver los cuadros eléctricos y caóticos cableados en Pakistán.
Ahora viajando se ha convertido en fotógrafo, aunque por las fotazas que hace parece que lo haya hecho toda la vida. Su bicicleta es de las mejores que he visto en mucho tiempo. En seis meses de viaje cero pinchazos (spoiler: llevaba neumáticos Schwalbe). Es de esas bicicletas modernas que llevan un solo plato delante y más marchas que una moto del Paris-Dakar. En total, bici con bultos y todo, pesaba alrededor de 40 kilos. Yo creo que si John Rambo tuviera bicicleta sería como la de Daniele.
Como buen italiano cuida mucho su imagen y su peinado. No he visto ciclo-viajero más elegante que Daniele. Me costó poco ponerle un apodo: Daniele «Chipollini». En honor a Mario Chipollini, ex-cicilista profesional de los 90 conocido como «Il Bello» (el guapo).
En sus mini alforjas carga con un botiquín que parece el de una ambulancia del 112. Y un neceser con todo lo necesario para mantener su imagen impoluta. No he visto a nadie que lleve perfume y hasta grasa para el cabello. Y come mucho. Mucho, mucho. Aunque el tío debe de tener el metabolismo de un Lamborghini porque no le sobra un gramo de grasa. De ahí que cuando estuvo mal del estómago, en apenas tres días se convirtió en un auténtico faquir de la India. Solo le faltaba un sillín de clavos.

Desafíos de viajar en grupo
1. Tomar decisiones juntos
La toma de decisiones en grupo puede ser tan agotadora como una etapa con viento en contra si no se llega a un acuerdo rápido.
Elegir dónde dormir, qué ruta seguir o cuántos kilómetros hacer se vuelve un ejercicio de empatía y negociación.
Al principio cuesta. Cada uno lleva su alforja de manías. Pero con el tiempo, uno aprende a leer el ánimo del otro y a entender que no se trata de lo que uno quiere, sino de lo que el grupo necesita.
Por ejemplo. A veces Marc insistía en avanzar una kilometrada cuando el sol estaba a punto de echarse, mientras yo trataba de convencerle de que era mejor buscar un lugar donde dormir (no me gusta explorar la zona cuando ya ha anochecido). Daniele se inclinaba más hacia mi posición y al final, como si un director de orquesta invisible dirigiera la banda, acabábamos avanzando un poco y encontrando un lugar donde echar la noche.
Surgieron decenas de momentos como este. Un día cedía uno, otro día cedía el otro. Así nos convertimos en unos genios de la negociación. De ser políticos o presidentes habríamos solucionado todos los problemas del país en un periquete.

2. Cada uno a su compás
En un viaje largo en bicicleta, por si no lo has probado aún, el ritmo no lo marca el reloj, lo marca tu cuerpo y más concretamente tus piernas. Y cuando son tres cuerpos distintos, con bicis distintas y cargas distintas, la sinfonía puede desafinar.
Uno se queda en las subidas (ese soy yo), otro vuela en el llano (Marquitos) y el tercero se detiene cada diez minutos a sacar fotos de cabras y yaks (Daniele).
Es ahí donde aprendimos el maravilloso arte de saber esperar. Los tres estábamos acostumbrados a viajar en solitario y no tener que esperar a nadie más que nuestra propia sombra. En poco tiempo nos convertimos en unos expertos de la espera. Sobre todo Marc y Daniele que eran los más ligeros y veloces. Cuántas veces los encontré esperándome, a Marc prismáticos en mano y a Daniele ajustando el objetivo de su cámara o manejando el dron.
Como me confesó Marc más adelante en una entrevista: «nos conocimos en el momento adecuado». Pedalear por el norte de Pakistán era una delicia para los sentidos, y la pausa, obligatoria. Eso jugaba a favor de la integridad y disfrute de todos los miembros del equipo.
Pedalear en grupo nos enseñó que más importante que llegar juntos a todas partes… era llegar bien. Y que a veces, dar espacio (literal y figurado) es lo que mantenía la armonía en nuestra pequeña orquesta ciclista.

3. Espacio personal (spoiler: casi no hay)
Viajar en grupo y en bicicleta, es compartirlo todo: la ruta, las comidas, los pinchazos, el viento…
Y si hay algo que cuesta más que una subida con la bici cargada, es encontrar un poco de espacio personal. Ese rato en el que no hay nadie que te pregunte nada. Ese momento tan preciado en que solo necesitas de tu propia compañía.
Eso lo hicimos bien. Cada uno a su manera. Marc buscaba sus momentos para actualizar su Polar Steps o explorar los alrededores del campamento. Daniele rodaba a veces en solitario escuchando música y buscaba ratos para ordenar fotos y vídeos o actualizar su blog de viaje. Y yo hacía lo mismo. La siesta de treinta minutos después de comer y unos minutos a la noche en mi tienda para actualizar el diario.
Porque para estar bien con los demás, hay que estar bien con uno mismo. Y eso, a veces, implica decir con cariño: «Voy a dar una vuelta solo, luego nos vemos.»
Las claves para lograr pedalear juntos tanto tiempo sin acabar a porrazos.
Si estás pensando en viajar acompañado en bicicleta, hay cosas que deberías saber.
No todo fue idílico, pero hubo cosas que hicimos bien. Muchas. A continuación, en mi opinión, las claves de cómo conseguimos compartir nuestro viaje durante tanto tiempo.
Te digo yo que fue bastante tiempo juntos.
Y te aseguro que no es fácil lograr una armonía como la que reinaba en el equipo.
No somos iguales (y por suerte)
Viajar en grupo no significa pensar igual, pedalear igual ni sentir igual. Y menos mal. Qué aburrimiento, por Dios.
Desde el principio entendimos que cada uno venía con su mochila emocional, su forma de enfrentarse al cansancio, su filosofía de viaje, su ritmo y sus rarezas.
Respetarnos fue aceptar al otro tal y como era, sin querer “arreglarlo” ni convencerlo de nada.
¿Tarda en arrancar por la mañana? Pues se le espera.
¿Necesita parar a media mañana a comer algo sí o sí? Pues se para.
Y si alguien está de mala leche… pues también se respeta (y se le da una galleta Príncipe).
No hay juicios.
Marco viste visera o sombrero, Daniele gorrito de lana y yo turbante.
Mi bici pesa como un demonio (60kg), y por mucho que lo intente, en las subidas me quedo de coche escoba. Chipollini y Cousteau, en cambio, son dos gacelas que de dejarlas libres de mi carga, habrían desaparecido de mi vista el primer día.
Sin embargo me aceptaron tal cual. Y así tal cual son, los acepté yo.
Hablar, incluso cuando no apetece
Hablamos mucho.
No suele haber un plan muy claro del día. Todo fluye sobre la marcha. Sabemos la ruta que debemos tomar, pero no tenemos ni idea de dónde vamos a comer o dormir. Lo vamos decidiendo entre todos por el camino. Y eso solo se consigue de una manera: hablando.
Utilizamos el inglis pikinglis como idioma común. Aunque yo me expresaba a menudo en español cuando necesitaba desahogarme con claridad.
Il Bello Daniele más o menos me entendía, le Mounsier Cousteu no pero se reía, así que también me valía.
Conclusión: Aprende a manejarte con el inglés porque hará tu viaje más divertido y comunicativo.
Juntos pero no atados
Si en algún momento alguno de los tres tenía la necesidad de desprenderse del grupo disponía de total libertad para hacerlo. Los tres éramos viajeros independientes.
Esto para mí es el santo grial de viajar en compañía y quedó muy claro desde el primer día.
Por ejemplo: Marquitos marchó a explorar un valle mientras yo me recuperaba de mis dolores intestinales en una Guest House y volvió al día siguiente. Otro día me quedé solo para escribir en el hotel donde nos habíamos alojado y nos juntamos dos días después. Daniele se avanzó en solitario y Marquitos y yo le seguimos hasta encontrarnos de nuevo en Chitral. Esa libertad era fundamental y mantenía el grupo libre de cualquier tensión.

Reírse o morir

Cuando uno flojea, los otros empujan
La solidaridad en un viaje en grupo no se negocia, se practica.
Y no se trata solo de repartir barritas de cereales o prestar una cámara para la bici. Se trata de estar. De ver al otro y preguntarle “¿todo bien?”… incluso cuando sabés que no.
El primer día en China Daniele y yo no teníamos dinero ni para pagar un té. Markitos lo pagó todo hasta que se lo pudimos devolver.
Hubimos de parar al menos en tres ocasiones en Pakistán por mis problemas intestinales. Y las tres veces tanto Daniele como Marcos se adaptaron a la situación hasta que estuve en condiciones de pedalear.
Esta es mi conclusión al respecto:
Un equipo que no se ayuda no es un equipo, es un grupo de personas que llevan la misma ruta y punto.
Lo que aprendí de pedalear acompañado
En mi experiencia de viajar acompañado en bicicleta aprendí:
- que los buenos momentos saben mejor cuando hay alguien con quien celebrarlos y que los días malos pesan menos cuando se reparten.
- que ceder no es perder y esperar no es quedarse atrás.
- que no hay líderes sino habilidades repartidas.
- que cuando el camino se complica, una mirada cómplice… o una buena dosis de humor te empujan más fuerte que un gel de esos con triple dosis de taurina.
Y sobre todo:
El equipo empieza a funcionar de verdad cuando los egos se pierden en el polvo del camino.
👉 Entonces, ¿Qué es mejor viajar solo o acompañado en bicicleta? Aquí te lo cuento con pelos, bielas y señales: ¿Viajar solo o acompañado?.
¿Te gustó este artículo?
Puedes leer más historias, reflexiones y consejos cicloviajeros en mi NEWSLETTER.
Y si quieres apoyar esta aventura y tener acceso a contenido exclusivo, te invito a que le eches un ojo AQUÍ.
Pingback:¿Viajar solo o acompañado? Pros, contras y consejos formales
Posted at 05:28h, 07 junio[…] 👉 Mi experiencia pedaleando en compañía: crónica de tres bicis y un camino compartido […]
Markito Cousteau
Posted at 15:16h, 07 junioSuch good memories my friends ! I’m looking forward another bicycle trip in Europe with you guys !! I really had fun reading this article Raul, well I cannot say «erre» yet but I’m getting slightly better at «pro» and «rojo» after so much training while cycling in India. Sometime I answered «Prrro» when Indians were asking me «Bro, bro, where you from?», they didn’t understand…
biciruling
Posted at 07:27h, 08 junioGracias Markitos por tu comentario.
Buenos recuerdos me quedan y muchos aprendizajes.
Estoy seguro que el Míster nos volverá a juntar en algún lugar del Planeta.
Buena ruta y espíritu alegre, mr. Cousteau rodante.