04 Sep Travesía en bicicleta por Georgia – parte 3
Ya llevo dos semanas de travesía en bicicleta por Georgia. Aquí te dejo los enlaces a los artículos sobre las dos primeras partes (travesía primera parte, travesía segunda parte). Ahora comienza lo bueno: adentrarme en el Parque Natural del Tusheti por una de las carreteras más peligrosas del Planeta. Lo que mi mente se ha imaginado impone respeto, pero no miedo. ¡Vamos allá!
Georgia en bicicleta: a las puertas del Parque Natural de Tusheti.
Atravieso y dejo atrás, casi sin apenas detenerme, dos pueblos, Lechuri y Lalisquri, cuyos nombres me recuerdan al Euskera, el idioma que se habla en el País Vasco. De eso ya había oído hablar. De la teoría que explica las similitudes entre la cultura vasca y la georgiana. Se trata solo de una teoría. Por lo visto existen unas 200 palabras comunes entre Georgiano y el Euskera.
En Georgia saben algo sobre este tema. No sé si lo estudian en el colegio. El caso es que eso me da pie a conectar más de cerca con ellos. En cuanto me preguntan de dónde soy y respondo “Vaski”, se les ilumina la cara y la respuesta suele ser “Ohhh, georgia-vaski brother, vaski giorgia brother”.
Se acaba el asfalto y el camino se transforma en una pista de tierra, piedras y barro. El río Stori es mi referencia principal durante primera parte de la subida que discurre por la profundidad del valle. Son muy pocos los tramos en los que puedo sentarme encima de la bicicleta; empujar es la única manera de avanzar.
Menos mal que el agua no es problema en Georgia. Mucho menos en este entorno natural donde puedo tomar agua de cualquier arroyo o cascada que desciende por la pared de la montaña. Ni siquiera la filtro. Quiero creer la teoría de que el agua y el aire de Georgia son los más puros del planeta. Al menos eso es lo que ellos mismos me han explicado.
Este primer día decido no alargar mucho la jornada de pedaleo y consigo acampar en un rellano junto al río. Por la noche hay tormenta pero la tienda aguanta como un castillo. Y dentro del castillo disfruto con la música que componen las gotas cuando golpean la lona.
Un regalo en el camino
La ruta del día siguiente se endurece más. Las rampas son más exigentes y avanzo tan despacio o más que una persona a pie. El río ruje como un animal enfurecido a un lado del camino y aunque al sol le cuesta penetrar entre la vegetación, la humedad y el calor me dejan agotado. Cada dos por tres me refresco bajo alguna cascada o fuentes naturales que brotan o caen por las rocas de la pared.
Algunos vehículos me adelantan durante la subida. Todos ellos son modelos cuatro por cuatro o furgonetas preparadas para este tipo de terreno. Los laterales de la pista están plagados de altares caseros de personas fallecidas. Señal de que algo hay de cierto en los rumores sobre la alta peligrosidad de la carretera.
Por fin llego a un punto clave: el cruce al otro lado del río Stori. Desde allí el mapa que yo mismo he dibujado me muestra un garabato que escala la montaña del barranco en un irregular zig-zag bastante empinado. A las cinco de la tarde no valgo ni para tacos de escopeta. Empujo la bicicleta casi por inercia a la vez que en mi mente proyecto un lugar para pasar la noche. Al poco de comenzar a pensar en ello aparece una señal muy gastada de madera donde a duras penas se puede leer “Thermal Baths”. La señal apunta a un estrecho camino que a simple vista no promete gran cosa. Recuerdo entonces que Roberto me habló de unos baños termales. Aunque no me concretó su ubicación. Así que me lanzo a explorar.
Y lo que me encuentro son unos baños termales públicas y la casa de una familia que me deja quedarme en una habitación no apta para turistas pero perfecta para un nómada ciclista cansado. El baño es un regalo del cielo. Al regresar a la habitación me encuentro encima de la mesa un trozo de queso, pan, un pepino, dos tomates y una botella de ese licor casero tan típico en Georgia. ¡Bendito Universo! El licor apenas lo pruebo pero del resto no dejo ni las peladuras.
Más adelante me informé de que estos baños conocidos con el nombre de Baños Torghva, en honor al héroe del mismo nombre. Por lo visto herido en la batalla encontró estas aguas cálidas de las que bebió y en las que se bañó curándose así de todas sus heridas.
Parque Natural de Tusheti: Abano Pass
Desde ahí hasta el punto más alto quedan todavía 10 kilómetros (lo sé porque los puntos kilométricos están señalizados en la pista). Eso supone unas dos horas de lo que he denominado “Trekking con bicicleta de arrastre“. Se nota la altitud. El valle queda abajo que desde aquí se divisa como una grieta profunda y oscura. El sol ilumina este lado de la montaña a primera hora de la mañana, pero no sé cuánto tiempo va a durar; a esta altitud todo puede cambiar en cuestión de segundos.
Llegar al Abano Pass (2826m) es todo un logro para mí. Lo que en coche se tardan dos horas, en bicicleta con 50 kilos de peso me ha llevado tres días. Desde arriba los valles son hermanos diferentes. En el lado oeste, de donde vengo, todo es una cortina de nubes húmedas y grises, mientras que al otro lado el sol lo ilumina todo y deja a la vista todo un espectáculo de curvas y prados de un verde intenso. Me abrigo bien y me quedo tonto observando el valle que en breve voy a conocer.
En la cima, un grupo de jóvenes que viajan en furgoneta me ofrecen vino casero y brindamos al estilo georgiano. Es decir, una, dos, tres veces mínimo. Me siento obligado a llevarme una botella de su preciado elixir. Y lo acepto con gusto; en esta cultura, para cada familia, su vino es el mejor de todo Georgia y casi del mundo entero.
Georgia en bicicleta: En pleno Parque Natural de Tusheti
Comienzo la bajada radiante como el sol y un poco mareado por el vino. Intento controlar a Minerva que arranca la bajada como un potro salvaje que lleva tiempo sin cabalgar. Baneo arroyos y el torrente de un glaciar y pedaleo a gran velocidad por el único camino posible, que no puede ser sino de tierra y piedras. A un lado me acompañan primero el río Satskhvrekhorkhi (a ver si eres capaz de pronunciarlo) y después el Chavalakhi,
Algunas máquinas trabajan en el mantenimiento de esta ruta. Bien quitando bloques de desprendimientos, bien allanando el camino con arena y grava. Una de ellas ha caído por el barranco y permanece inmóvil aceptando su destino. Aunque ya he mencionado la peligrosidad de esta vía, en bicicleta el peligro es relativo. Vale que viajamos expuestos al exterior pero, a diferencia de un coche o furgoneta, en bicicleta se tiene una vista panorámica mucho más amplia del entorno y es más fácil estar atento a todo lo que sucede alrededor.
Por fin llego a Omalo, el núcleo de población de referencia de Tusheti en que muchos turistas paran para hacer caminatas por los alrededores. Aquí no hay más que un pequeño ultramarinos con cuatro latas de conservas y algunos refrescos. Por supuesto todo a precio de oro. Son las seis de la tarde. Todavía no sé donde voy a dormir. De momento me aseguro de llenar los bidones de agua en una casa familiar que he escogido porque he visto niños correr. Si hay niños hay alegría, y si hay alegría, por lo general hay más disposición a ayudar.
El sol comienza la retirada a su morada. La temperatura desciende. Apenas he comido nada y el cansancio se adueña de mi ánimo. No tengo fuerzas ni ganas de explorar la zona en busca de un lugar donde montar la tienda. Una mujer que me ve desorientado me indica que hay un área de camping un poco más adelante. Menos mal. El Universo siempre escucha.
Efectivamente. Un poco más adelante llego a un prado verde cercado por una humilde valla de madera. Una mujer me recibe en lo que parece la puerta, fabricada con cuatro palos mal puestos. Lleva una pistola en la mano que nada más verme apunta directamente a mi frente. No sé que modelo de arma es, no entiendo mucho sobre este tema, solo que lleva incorporada una pantalla la cual marca 33,5 grados. ¡Esto no puede estar bien! replica sorprendida ¡Estás muerto! “Joer, sí que es eficaz este arma, pienso”. Volvemos a probar y el resultado no cambia. “Este cacharro no funciona muy bien, mañana volvemos a probar, pasa”.
En bicicleta por Georgia: Todavía falta mucho por ver en Tusheti
Decido quedarme un día más acampado. Necesito descansar para adentrarme con energía en el Parque Natural de Tusheti. Además comparto campamento con un grupo de jóvenes georgianos que han venido de vacaciones. Ellos se alojan en bungalows. También han traído chacha casero georgiano y vino, con los que amenizar la noche entre brindis infinitos y millones de risas.
Por lo que he visto hay mucho turismo local: familias y amigos que vienen a esta región a pasar unos días de vacaciones. La mayoría traen tiendas de campaña o toldos con los que fabricarse un refugio y un montón de comida y garrafas de vino. La acampada es libre, ningún cartel lo prohíbe. Aunque los rangers aconsejan hacerlo en zonas preparadas, lejos de los bosques, donde según dicen habitan lobos y otros animales. Me siento afortunado porque en estas fechas de plena pandemia el turismo es escaso y se disfruta más de la naturaleza. Por lo que me han contado suele estar atestado de turistas y la carretera se llena de coches y furgonetas.
Al día siguiente preparo todo el equipaje y emprendo la marcha. Quiero llegar hasta el límite de la pista que recorre el Parque Natural y luego decidir si es posible continuar hacia el Atsunta Pass. El otro paso gigante que hay cerca de la frontera con Rusia. No lo tengo nada claro, pero no quiero precipitarme. Prefiero comprobarlo con mis propios ojos cuando llegue al lugar.
La primera aldea que aparece en el mapa es Dartló y llegar hasta allí no supone mucho esfuerzo. Cruzo por un puente el río Pirikita Alazani que corre con fuerza por este nuevo valle y que será mi fiel acompañante hasta Girevi, la aldea donde acaba la única pista de acceso.
La pista sigue siendo de tierra y piedras. El paisaje que envuelve todo es muy virgen y salvaje. Caballos y vacas pastan a sus anchas por las laderas de estas montañas coloreadas de un verde que da miedo. No hay mucho desnivel pues la pista trascurre paralela al río, pero sí es necesario vadear algunos torrentes que bajan de las laderas. Alguno cubre hasta las rodillas tengo que cruzar descalzo empujando la bicicleta con cuidado de no resbalar. Los cuatro por cuatro, sin embargo, que van cargados hasta los topes, pasan sin problemas del tirón.
Paso algunos apuros para cruzar el río a la altura de Girevi. Es la primera vez que me veo obligado a cruzar un río con tanta fuerza con la bicicleta en brazos. A punto estoy de caer y que Minerva se vaya corriente abajo sin mí. Las vacas que pastan tranquilas en la otra orilla ni se inmutan al verme pasarlo tan mal.
Es tarde, el sol está a puntito de esconderse cuando comienzo a montar la tienda en el césped esquivando las cacas de vaca. No lo sabré hasta el día siguiente, que he acampado junto al campamento militar que controla el acceso de los turistas que desean continuar ruta más allá de esta municipio. Esto es debido a la proximidad con la frontera rusa. Es necesario registrarse con el pasaporte y obtener un permiso (gratis) que se debe presentar en el otro campamento militar que hay cerca de la frontera.
Georgia en bicicleta: ¡El helicóptero llega en treinta minutos!
A primera hora de la mañana uno de los soldados se acerca para avisarme que mejor desmonte la tienda: “El helicóptero llega en treinta minutos y tu tienda puede salir volando“. ¿Cómoooooooo? En veinte minutos he levantado el campamento. El helicóptero es un antiguo modelo soviético que revoluciona todo el personal y deja a todas las vacas con el pelo para atrás. Del helicóptero descargan sacos de comida para los soldados del campamento. Es la única forma de portar suministros hasta aquí. El mismo helicóptero se usa para rescates o traslados de emergencia en todo Tusheti. Por lo que me han dicho, solo hay tres en todo Georgia.
Mi amigo Roberto me informó de la dificultad del camino para llegar al Atsunta Pass (3520m). Él no lo vio claro y acabó volviendo por el mismo camino. Sin embargo, otros ciclo-viajeros con menos peso lo han conseguido. Inspecciono por mi cuenta el camino, que parece ideal más para senderistas que para ciclistas. A la primera de cambio tengo que quitar todas las alforjas para salvar un difícil paso de rocas. Dejo la bicicleta apoyada en la pared de la montaña e inspecciono el camino a pie. De vuelta a por la bicicleta, ya lo he decidido. No quiero correr el riesgo. A veces uno tiene que saber decir NO y no dejarse dominar por el ego.
El camino de vuelta surge sin contratiempos. Una pareja de franceses residentes en Tifilis que han venido de vacaciones en Jeep, se ofrecen a llevarme hasta la capital. La oferta es tentadora, pero debo decir NO. Y ya van dos noes seguidos. Prefiero volver por mis propios pedales y disfrutar un poco más de este entorno al que no sé si tendré la oportunidad de volver.
Aquí tienes un vídeo muy resumido sobre mis días recorriendo Georgia en bicicleta por el Parque Natural de Tusheti. Es muy cortito, pero al menos podrás sentir un poco más de cerca lo que has leído en este artículo.
Marta Córcoles
Posted at 20:26h, 04 septiembreRaúl, que pasada. Me ha gustado mucho el artículo. ¡Cuanta intensidad!